lunes, 15 de febrero de 2016

Una historia de Alfabetolandia

Comenzamos la semana con este cuento, escrito por María Gallar Sánchez, y que nos hace pensar sobre si hombres y mujeres, aún a día de hoy, somos verdaderamente iguales en la sociedad.

Una historia de Alfabetolandia

La letra A durante siglos había sido considerada como ciudadana de segunda fila en Alfabetolandia. Mientras otras letras desempeñaban altos cargos en el Parlamento encargado de la creación de palabras, nuestra protagonista se ocupaba de las labores domésticas y del cuidado de las minúsculas. Sin embargo ella no era ninguna letra tonta y sabía de su importancia, pues era el signo que aparecía repetido en más palabras, además de ser la encargada de formar el femenino de muchos vocablos del español.
La letra O, en cambio, era la estrella. Siempre conseguía que las mejores palabras fueran masculinas ya que era muy influyente. Todavía se recuerda en el país la vez en que la O propuso que los nombres de los árboles que en latín eran femeninos pasaran al español como masculinos. Debido a este cambio de género usamos “Olmo” y “Chopo” en vez de “Olma” y “Chopa”. Como ya os habréis dado cuenta el terreno en el que más chocaban ambas letras era el de los géneros. La A se quejaba de que algunos nombres femeninos tenían poca aceptación social e incluso variaban su significado con respecto al masculino. No entendía por qué la “alcaldesa” era la esposa del alcalde en vez de la mujer que en política presidía el ayuntamiento o por qué un “modisto” podía diseñar alta costura mientras una “modista” sólo podía confeccionar y vender ropa en su tiendecita.

La A estaba harta y cansada de este menosprecio que se le hacía. Quería entrar en el Parlamento encargado de la creación de palabras para poner fin a años de injusticia lingüística y de discriminación social. Algunas letras como la S o la M la apoyaban y se manifestaban junto a ella por las calles de Alfabetolandia pero otras cuchicheaban a sus espaldas sobre si estaba loca o histérica. ¡Cómo iba la A a entrar en la cámara alta! Eso les parecía inconcebible… Al llegar la letra M a presidenta del país se decidió que la A podría formar parte del Parlamento como una diputada más. El día en que se aprobó esta ley hubo gran revuelo y algunos ciudadanos contrarios a la decisión protagonizaron actos vandálicos que tuvieron que ser contenidos por los policías antidisturbios, también conocidos como los paréntesis. Las letras más perjudicadas por estos vergonzosos sucesos fueron la CH y la LL, que en un ataque perdieron la mitad de su signo…
A pesar de la controversia inicial, los habitantes de Alfabetolandia poco a poco se acostumbraron a ver a la A sentada en su escaño, discutiendo con energía las palabras que la desfavorecían y proponiendo alternativas para preservar la igualdad léxica. ¡Era una magnífica política! Consiguió que se aprobasen femeninos para muchos oficios y profesiones que permitieron dar un nombre a abogadas, bomberas, arquitectas, notarias… La letra A pronto encabezó la vanguardia lingüística de Alfabetolandia.
La O la solía observar desde su asiento estudiándola. Aunque muchas veces tenían opiniones diferentes, la admiraba porque había luchado mucho para llegar a donde estaba y además sabía hacer bien su trabajo: era una dura opositora. Siendo la O la líder de las voces masculinas y la A la líder de las femeninas ambas sentían una simpatía especial la una por la otra.
En cierta ocasión hubo un debate curioso en el Parlamento que cambió el rumbo de la Tierra de las Letras. La cuestión que se abordaba era el genérico, asunto que interesaba especialmente tanto a la A como a la O. La primera se quejaba de que se usase el masculino para designar grupos en los que había representantes de ambos sexos. Ponía como ejemplo que en la clase de un colegio no sólo hay “niños” aunque los profesores suelan llamar la atención de los alumnos y alumnas mediante el grito que todos conocemos: “¡¡¡Niñooooos!!!”. La O argumentaba que decir “niños y niñas” alargaba demasiado la oración. Nadie en Alfabetolandia sabe que mientras hablaba la portavoz del grupo masculino todo estaba cambiando, y es que la A miraba a su opositora con otros ojos… se fijaba en su pelo rizado y peinado a lo afro, en s elocuencia y en lo redondeado de su figura… ¿Siempre había sido tan atractiva?
Al finalizar la sesión ambas letras coincidieron en una sala contigua. Pocas veces habían hablado fuera de la cámara pero esta vez una fuerza invisible las empujó a hacerlo. Se sentaron en un mullido sillón tapizado de rojo y charlaron sobre todo tipo de cosas: política, literatura, arte, viajes… Al dar las doce en el reloj de cuco enmudecieron. Pasaron unos segundos mirándose en silencio, asimilando las horas de conversación y tratando de resumirlas en algo… ¿En un beso?... Sí…
La letra A y la letra O se fundieron en un beso de amor y de respeto. Todas las diferencias y las peleas que habían tenido a través de los siglos quedaron olvidadas. Nacía la @, que compuesta por dos antiguas adversarias era símbolo de una nueva era. Unía femenino y masculino en uno sólo y en uno igual. En la salita contigua a la cámara principal del Parlamento encargado de la creación de palabras habían entrado dos letras pero salió un único símbolo. Aunque los demás diputados todavía no han acabado de aceptar a la @ como una letra más, lo acabarán haciendo porque tiene el corazón luchador de la A y el caparazón influyente de la O.

A continuación, escribimos nuestras propias reflexiones en el siguiente padlet:


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